Muchos años después, frente al pelotón de niños que no conocían los libros y con dos cajas de cuentos recibidas como donación, comenzó la experiencia que les quiero compartir.

La cosa al principio no era construir, ni tener un espacio propio. Era leer con los niños y niñas de Villa Santa María. Pero resultó que, aunque eran muchos libros en las dos cajas de cartón, pues luego ya eran los mismos, y los mismos libros,  aburren ¿no? Entonces empezamos a buscar otros y, Cultural Care Kids First fue quien nos hizo un donativo para comprar libros. Libros nuevos, que huelen bonito y que fuimos a conseguir a la librería y ahí conocimos a unos amigos entrañables: La Cajita Mágica, que tan mágicos como solidarios han estado al tanto de nosotros y hasta nos han compartido de su magia en dos ocasiones, porque sí y porque así son ellos ¡Saludos a Mati Villalobos y Gerasio Contreras!

No me pregunten de dónde llegaron más y más libros; recuerdo que a veces los pedí, a veces los compré, pero siempre llegaron empoderados a hacerse presentes con su ser de letras y papel, de manos de otros que se desprenden de ellos por amor.

Pero ¿saben algo? la lluvia y el viento mojan los libros y el viento no deja leer a gusto, y el mucho sol nos dejaba ¡casi asados!, y eso que siempre nos hemos reunido por las mañanas y que tenemos muchos árboles alrededor. Por eso y porque Crisantema Martínez Hernández nos dijo que fuéramos con los Hombres de Maíz para pedirles que nos enseñaran a hacer bibliotecas con llantas, botellas de pet y tierra, fue que soñamos con que sería bueno tener un lugar más tranquilo para leer y no andar incomodando al Cristo de la capilla, de Villa Santa María, que nos prestaba Don Valdemar. Y ese mismo don Valdemar nos dijo que podíamos hacer la biblioteca a un ladito y sí, allí está.

Pero construir requiere manos, manos expertas y diseñar los espacios también. Así que fuimos con los alumnos de la Universidad del Sur, ellos se portaron muy profesionalmente y junto con sus maestros fueron, midieron, soñaron y presentaron tres proyectos, del que escogimos, obviamente, el más bonito y lo puse en manos de mis primos, unos gemelos que son maestros del cartón, la pintura y además saben construir casas. Ellos fueron hasta Valle de Santiago, Guanajuato, a aprender con una beca que nos dieron los Hombres de Maíz  (abrazos para ellos) y aprendieron rápido. Regresaron y pedimos primero palas y picos a los vecinos, una carretilla a mis tíos y unas llantas usadas para los cimientos. Dejen les digo que todo se me hacía muy complicado, porque para empezar no tenía dinero y me daba (y me sigue dando) mucha vergüenza ir a molestar a las buenas gentes con mis sueño.

El caso es que para hacer la zanja pues no hubo mucho problema, pero para llenarla de tierra y llantas, pues sí, algo. Por arte de magia llegó el grupo solidario de Rotary Tuxtla Milenio y nos dieron bolsas de cemento para poder construir un piso o base, que sostuviera nuestras paredes y techo. Las paredes fueron hechas con tarimas de madera, que conseguimos aquí y allá, muy económicas porque tocamos la puerta de algunos negocios y sí nos oyeron. Ya con piso y paredes nos sentíamos muy bien, pero faltaba el techo y esas láminas que ahora nos cubren de la lluvia, las conseguimos vendiendo ropa, bisutería y cosas que la gente muy amable nos donaba. El trabajo lo seguían haciendo los vecinos y un amigo que nos llevó a sus trabajadores y una amiga a sus cuñados para poder avanzar.

Yo sentía que cada pasito costaba más que el anterior y hasta me angustiaba que quizá nunca terminaríamos. Pero no, para las paredes, se nos unieron los jóvenes de arquitectura de la UNACH: llegaron a llenarse las manos de lodo, llevaron botellas de pet (muchísimas) y dejaron la biblioteca bien bonita con unas puertas de madera de colores que los niños agradecen, porque se mueven y se ven desde lejos.

Todos los días que voy por ahí, le platico a la gente sobre la biblioteca y, para mi regocijo, muchos la conocen ya. La mayor alegría la recibí apenas en 2020, antes de la pandemia, cuando cumplimos 4 años, de boca de uno de los primeritos usuarios que llegaron a leer y a pintar. Estábamos viendo fotos de cuando él tenía 4 años (ahora tiene 9) y veíamos cómo habíamos cambiado y cómo se transformó el espacio, y que ahora teníamos nuestra propia biblioteca y todo esto que les conté, entonces dijo: ¡ahora es un lugar hermoso y pacífico!; Yo también creo que lo es.