Me lo han preguntado muchas veces y he dado varias respuestas. Trataré de nombrar las más recurrentes.

¿Por qué no? Ya teníamos a un grupo de niños que demandaba actividades y de repente, llegaron dos cajas de libros donados. Pensé en ir a regalarles los libros, pero por experiencia sé que un libro se disfruta mucho más si se comparte con los otros: fue la mejor opción porque algunos eran muy pequeñitos y no sabían leer o bien porque sólo habían tenido acceso a libros escolares y la asociación con “aburrido” era inmediata, así que combinamos lecturas en voz alta y complementamos con actividades y juegos. Claro que eso fue un proceso de ir creciendo y creciendo.

Porque de niña me gustaban las bibliotecas ¡Ni modo!  Mi papá estudió primaria completa, mi mamá terminó hasta tercer año de primaria. Ella leía en voz alta de manera ESTUPENDA y él tenía una pequeña biblioteca donde leía periódicos y revistas. En fin, crecí en un medio (si no inundado de libros, sí con varios a mi alcance). Quería aprender a leer porque cuando pedía que me leyeran, no tenían tiempo y era frustrante. En la primaria aprendí rapidísimo, obviamente.  Dicen que la niñez no determina, pero influye y así fue. Ya en la adolescencia me refugié en los libros, una porque me sentía bicho raro y no tenía tema de conversación y dos porque las tareas me exigieron hacerlo.

No les voy a mentir, me sentía extraviada entre tantos libros y no sabía por dónde empezar a buscar y con eso de que me costaba (ya no tanto) pedir ayuda, pues ahí me la pasé tratando de investigar cómo clasificaban los libros y aprendiendo cómo funcionaban los ficheros. Pero eso de andar buscando me llevó a encontrar libros que por placer comencé a leer. Recuerdo en especial una biografía de Napoléon y otro sobre un viaje en barco por los mares asiáticos (el título lo he olvidado) en el que se narraba la anécdota de unos marineros que, asustados por un maremoto –que nunca habían visto porque por sus mares no pasaban cosas tales- casi se amotinan del miedo y el capitán muy echado para adelante les arenga: “No deben de tener miedo, porque no es nada más que el mar que tiembla ante nosotros” ¡y para qué les cuento, le agarré el gusto a pasar horas ahí!. Cuando me cambié de ciudad, lo primero que busqué fue la biblioteca y es una costumbre que seguí varios años en mis varias mudanzas de ciudad y para mi sorpresa en algunos municipios donde he vivido no encontré una y me daban ganas de poner una…hasta que se me hizo.

Porque tengo una creencia firme en que los libros pueden ser una oportunidad para desarrollar no sólo una lectura fluida o adquirir información del mundo, sino la capacidad de cuestionar y aprender por cuenta propia. Por supuesto que no sólo es ir a apilar muchos libros para que una biblioteca sea una biblioteca. En el caso de la nuestra, la alimentamos también de un espíritu de respeto a los otros, a la naturaleza, de juegos, risas, pláticas y cariño, mucho cariño

Son esas las razones de por qué la biblioteca. Ahora, lo de andariega es muy sencillo. Cuando comenzamos no teníamos un espacio propio. Nos juntábamos en la calle llena de piedras, tierra, maleza; eso sí, rodeados de muchos árboles y pájaros, así que teníamos que llevar los libros de mi casa o de la casa de mi mamá que queda más cerca al lugar del encuentro. Los lectores  y lectoras, que eran pequeñitos/as, nos ayudaban a cargarlos, a llevar y traer.

Por eso le pusimos “andariega” y porque soñamos con que tendríamos una biblioteca que irá a muchos más lugares.